Rumbo a Los Angeles me encontraba con María Kodama. Comenzamos a hablar y fue ese encuentro el que me llevó directo a 1925. Estaba yo, entonces, junto a Jorge Luis Borges. Ahí podría rescatar un fragmento de su Telar y traerlo hacia nuestros días. Un texto inédito y una metáfora del Microsoft Partners Conference 2011 que estaba por cubrir.
Yo iba a lo de siempre: comida (y sangre de dios, por supuesto) hasta que advertí que el VIP de American Airlines tenía una presencia inquietante y solitaria. Era María Kodama la herencia viviente de Jorge Luis Borges. La miré una vez. Y otra.
Descubría en ella todo lo que pude verbalizarme después. No tardé mucho, sin embargo, en acercarme. Siempre me cautivó María Kodama pero esta vez su presencia era más fuerte que todos sus fantasmas: se la veía simplemente en el momento perfecto. Ese en el que los años y uno tocan la misma alegría, la misma tristeza. Pero básicamente la misma confortabilidad.
Me acerqué y se lo dije: “Yo tuve un maestro y él fue amigo de Borges en los años 20. Me enseñó muchas cosas, pero además,una vez lo grabé y ahí él dijo un texto que yo creo que es inédito de Borges”.
Le comenté cómo yo compartía tardes con José de España y cómo eso era estar junto a Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo, Roberto Arlt, Macedonio Fernandez y un sinfín de otros artistas y escritores. “Esas amistades hay que saber cultivarlas”, me respondió. Es notable que para María Kodama haya que saber cultivar amistades con personas que ya murieron. Tardé unos días en darme cuenta lo que me dijo. Y aún sigo pensando en ello.
Básicamente a medida que pasan los años uno comienza a hablar con más personas muertas… ha de llegar un punto en que uno debe hablar con más personas muertas que vivas. Y, si uno llega a vivir lo suficiente, sólo ocasionalmente descubrirá que está hablando con personas “vivas”. Las estelas, en ese momento, habrán cambiado de bando. Y ese punto crucial del tiempo, donde las personas y fantasmas, se intercambian y cruzan la superficie espejada de tus ojos no tiene un nombre. Nadie aún lo ha bautizado.
María Kodama me pidió que le envíe el texto que le comentaba, pero estuvo más agradable aún al pedirme mis datos y que le diga la forma de comunicarse conmigo. Me alejé muy contento pese al breve momento que había vivido junto a ella; como diría el mismo Borges: un momento contiene todos los instantes.
Y así le envié parte de un texto sobre José de España que escribí en 2004 y que fue premiado por la Academia Nacional de Periodismo, la organización que concentra la elite del periodismo en Argentina:
José de España recordaba que Borges estaba demasiado encerrado en su biblioteca. “Muchas veces lo íbamos a buscar a la casa porque lo queríamos mucho. Pero era increíble: ya era grande y le tenía que pedir permiso a la madre para salir. Borges conocía el mundo. Pero lo conocía a través de los libros. Eso hacía que no fuese espontáneo. Cuando salió Luna de enfrente en 1925, por ejemplo, nos juntamos un grupo de amigos escritores para homenajearlo. Pero él en lugar de saludarnos o hablarnos, en un momento de la cena, sacaba un papelito del bolsillo".
Entonces sucedió algo que, veinte años después, me di cuenta que fue mágico. La gran memoria que poseía José de España lo ayudaría a relatar lo que Borges había escrito en su papelito. No era para sorprenderse porque él todo el tiempo recitaba cosas de memoria. Muchas veces citaba de memoria fragmentos de un libro, e incluso el número de página donde estaba la cita. Sin embargo, en 2004, sí es sorprendente que estos pocos renglones que José de España recitara hace veinte años constituyan un fragmento –hasta donde pude investigar– inédito de Jorge Luis Borges. Así que en agradecimiento al grupo de amigos que lo estaban homenajeando por su libro, Borges dijo, mejor dicho, leyó:
"Todos los vigilantes empiezan por el casco,
Todos los arzobispos terminan en la mitra,
No hay cabeza en diciembre que no cuelgue de un rancho,
A mi JL Borges me han puesto una aureolita.
Y tiré a ser Jorge Luis Borges, guitarrero de ocaso,
Os lo agradezco en nombre de los ponientes mansos, color batata criolla que verseaba en Urquiza,
Os lo agradezco en nombre de la luz de mi Patria, y de mis amaneceres color paredes chinas”.
Kodama, que se llama María, también tiene una aureolita. Además descubro que, básicamente, todos tenemos un sombrero. No estaba errado René Magritte al ensañarse con ellos. Es notable como uno tarda tantos años en darse cuenta de lo más obvio. El guitarrero de ocaso es, entonces, quien le canta al punto donde amanecen los fantasmas. Y toda esa filosofía profunda y metafísica de Borges son las notas que salen de aquella guitarra de los años 20.
Hace unos tres años tuve la oportunidad de acceder a la muerte de Microsoft. Fue el dia que Bill Gates realizara su última presentación en el Tech Ed y animara a los técnicos, su púbico preferido, a escribir mas drivers para Windows Vista. Cualquiera se daba cuenta que Vista, era eso, una despedida. Cualquiera puede darse cuenta también que Vista significa una entrada, una manera de ver las cosas. El cambio de Vista es lo que sucede cuando llega ese momento trascendental donde comienzas a tener más amigos fantasmas. El cambio de Vista, cuando el alma tiene más mirada que los propios ojos, es entonces el nombre de aquello que no ha sido nombrado.
Jorge Luis Borges no veía. Estaba ciego, y su ceguera había sido un viaje progresivo, pero, sin dudas, muy deseado. Todo lo que su madre no le permitió vivir, su encierro en la biblioteca, todo lo solucionó la ceguera: ahora debía ver con los ojos de los otros. Ya no estaría solo.
Sin los anteojos de Bill Gates Microsoft tiene que mirar ahora con los ojos de sus partners. Y este último partner conference se ocupó especialmente de darles voz y de hacerlos protagonistas.
Cuando Borges tuvo su cambio de Vista. Cuando los fantasmas eran los más numerosos, Borges simplemente no se dio cuenta. Y esa es la virtud y la gran sabiduría de un ciego: para ellos los fantasmas somos todos.
"No hay cabeza en diciembre que no cuelque de un rancho..."
Descubre, entonces, tu aureolita. Descubre, entonces, tu sombrero.
lunes, 18 de julio de 2011
miércoles, 6 de julio de 2011
Decir y Hacer
Un decir que no se puede hacer nos produce un malestar importante. ¿Es más fácil decir que hacer? Todo parecía indicar que sí. Pero no. Aquí cómo la deconstrucción del Decir y el Hacer nos lleva hacia tierras insospechadas. Comience su aventura.
Ella era la Belleza y la Inteligencia. Ella era la Sabiduría y la Templanza. Ella era el Descubrimiento y la Enseñanza. Ella era la Voz y la Escritura. Ella era la Libertad y la Matemática. Ella era el Decir y el Hacer.
Ahora Ella era llevada al Altar.
Y mientras recorría la casa de Dios Ella era Carne.
Trozos y más trozos de carne que la turba de fanáticos cristianos se esforzaba en despedazar. Como aquél león que destrozó y devoró a Pedro el primero y más fiel de los apóstoles. Eran tiempos en los cuales los cristianos comenzaban a ser reyes y, a ser, por lo tanto, presos del Poder. No podían entonces permitir que Ella siguiera hablando porque en su Decir se generaba su Hacer.
Dicen que es algo reservado a los dioses. Basta para Zeus decir algo para que se haga. Y los cristianos debían entonces destruir al que habla y hace porque cuanto más parecido es el hablar al hacer más se está cerca de Dios. Más se está cerca del Poder. Y así alrededor del año 400 de nuestra era masacraron a Hipatia: la más genial de las científicas de su época y el estandarte del pensamiento libre. Una mujer con descubrimientos cruciales en astronomía, matemática, física y filosofía. La heredera de Atenas que traía consigo 2000 años de conocimiento. Y lo que no sabía o descubría Hipatia se encontraba en la fabulosa biblioteca de Alejandría. No fue casual que la destruyeran poco después.
Y así comenzó la Edad Negra.
Si Hipatia hubiese sobrevivido, si su decir hubiese generado su hacer podríamos haber tenido a Google hace 12 siglos. También hace 12 siglos hubiésemos llegado a la luna. Hace 12 siglos que tendríamos medicinas como las conocemos hoy. Y hoy, claro, ya estaríamos en otro lado. Al menos si, como se vislumbra, la tecnología y el conocimiento científico, por la contradicción con la que enfrentan al hombre mismo, es capaz de producir como consecuencia también un impacto en el hombre como ser social.
Durante la edad negra sabemos que eso no ocurrió. Además de producir un retraso en el conocimiento científico la edad negra no produjo ninguna mejora en el hombre. Las tragedias griegas llevadas al teatro por Sófocles fueron vigentes antes y después de los siglos malditos.
La cuestión es que el tránsito del decir al hacer se quebró. El que dice es el jefe y el que hace es el esclavo: así se estableció en la Edad Negra. Y, por lo tanto, se estudiaba lógica sólo hasta llegar al punto de comprender y obedecer lo que dice el Rey. Es el Monarca entonces quien tiene el Anáx, aquél que posee palabra en tanto palabra realizativa.
Hubo un hombre que fue el último poseedor del Anáx. Lo descubrí hace poco cuando recordé cómo tocaba sus manos octogenarias. El no había estado con ese hombre pero había estado con sus escritos poco antes que ya no se permitiera acariciarlos más. Fue en Italia en la década del 30 probablemente. Me contó cómo utilizaba un espejo para descifrar lo que decía porque ese hombre escribía al revés. Se llamaba Leonardo Da Vinci y fue el último hombre capaz de hacerlo todo sin necesitar de nadie.
Su Decir era un Hacer independientemente de todo lo que lo rodeara. Ese era el secreto que me reveló mi maestro José de España en 1984 y que, sin embargo, tardé casi 25 años en comprender. Como las frases de un Tango, la comprensión requiere rayos en la piel. Y entonces, las sagradas escrituras estaban equivocadas. ¿Leonardo fue Jesús? Pensémoslo por un momento. ¿Qué consecuencias trajo Jesús? La construcción de una religión y sus catedrales y el obedecer reglas: Poder centralizado. ¿Qué consecuencias trajo Leonardo? Una revolución permanente en Arte y Ciencia: Poder Descentralizado. Pero sobre todo la posibilidad de enfrentarnos a nosotros mismos como se ve en el Poder Nuclear y la Genética: y es ahí donde se posibilita la instancia superadora del hombre. Leonardo nos enfrenta con nosotros mismos y todas nuestras miserias de una forma que no lo logró, ni siquiera por aproximación, Jesús.
¿Y si el mesías era una mujer? Podría haber sido también Hipatia que fue descuartizada en el altar. ¿Y porqué una sola persona? ¿No sería que el Mesías era un poquito de Jesús y otro de Hipatia o de Leonardo? ¿Y por qué no de vos y de mi? ¿No sería mas sensato pensar que el Mesías es un Hacer y que cada uno de nosotros va formando y conformando ese Hacer? ¿Qué ese debiera ser nuestro Norte y no sólo repetirlo, obedecerlo y orarlo?. Porque el Mesías viene a salvarnos. Y de la única cosa que se me ocurre sensatamente que alguien puede venir a salvarnos es de nuestra ignorancia: desde qué pasa luego de la muerte a poder contener esos ojos vidriosos. El Mesías, tal vez, siempre fuimos nosotros.
En el principio era el verbo y el verbo era con Dios y el verbo era Dios. El verbo, por supuesto, marca la acción, el Hacer. Y el último hacedor fue Leonardo: ya no es posible, por otro lado, que aparezca ningún hacedor universal más. La complejidad no lo permite. Y si aparece un hacedor universal este no será un hombre, será una máquina, probablemente construida a partir de otras máquinas, donde en algún punto de esa cadena de descubrimientos estaremos nos. Ellas vendran a subsanar nuestra ignorancia.
En el principio era el verbo y nosotros cuando hablamos somos Dios. O sea creemos ser Dios. Hablamos y es nuestro momento de gloria: los demás nos escuchan somos los protagonistas del concierto universal. La diferencia es que nuestro decir, al contrario del de los dioses o del de Leonardo, no se transforma en un Hacer. Para el Hacer necesitamos al Otro.
Por eso, teniendo en cuenta al otro, decía Austin que todo decir es un hacer. Cuando hablamos, nuestras frases comunican más de lo que las palabras significan, es lo que él llama el acto perlocucionario, el efecto que produce lo que decimos en quien nos escucha. Por ejemplo: -"Estuvieron buenas las pastas, me tomaría un café”. (Ella se levanta y prepara el café). Al rato, ella le dice a él: -“Parece que se vino el frío” (Él se levanta y cierra la ventana). Eso es bien distinto a un ordenar: -Hazme un café o –cierra la venta.
El decir tiene, entonces, modalidad. Y el tono de la comprensibilidad de esas modalidades lo marca la empatía. Es por eso que no es fácil Decir, ya que no somos Zeus, y la mayoría de las veces fracasamos. Y más que un Hacer provocamos Ira. En las organizaciones este es un tema clave. En el mundo 2.0 la dialéctica del amo y el esclavo no corre más. Se trata de tener colaboradores no trabajadores, y se trata de tener una misión común que sea una especie de aventura la cual todos desean vivir: ahí está la capacidad de liderazgo. Todo esto requiere un gran sentido humano. Porque el rey ha muerto y no se viva más al rey. Y entonces, como Octavio Paz, nos enfrentamos a la Terceridad donde reinan los colores que no son Si ni son No.
Ahí llegamos a otras tierras, como las de la Poesía y la Música, que nos presentan el iceberg de la comprensibilidad y la intencionalidad. Pero eso, querido saltamontes, será el tema de otro post.
Decir, hacer A Roman Jakobson - Por Octavio Paz
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.
(Post dedicado a Andrea Paula Goldfarb, quien, desde Italia, me recordó a Hipatia o Ipazia como le dicen en la península)
Ella era la Belleza y la Inteligencia. Ella era la Sabiduría y la Templanza. Ella era el Descubrimiento y la Enseñanza. Ella era la Voz y la Escritura. Ella era la Libertad y la Matemática. Ella era el Decir y el Hacer.
Ahora Ella era llevada al Altar.
Y mientras recorría la casa de Dios Ella era Carne.
Trozos y más trozos de carne que la turba de fanáticos cristianos se esforzaba en despedazar. Como aquél león que destrozó y devoró a Pedro el primero y más fiel de los apóstoles. Eran tiempos en los cuales los cristianos comenzaban a ser reyes y, a ser, por lo tanto, presos del Poder. No podían entonces permitir que Ella siguiera hablando porque en su Decir se generaba su Hacer.
Dicen que es algo reservado a los dioses. Basta para Zeus decir algo para que se haga. Y los cristianos debían entonces destruir al que habla y hace porque cuanto más parecido es el hablar al hacer más se está cerca de Dios. Más se está cerca del Poder. Y así alrededor del año 400 de nuestra era masacraron a Hipatia: la más genial de las científicas de su época y el estandarte del pensamiento libre. Una mujer con descubrimientos cruciales en astronomía, matemática, física y filosofía. La heredera de Atenas que traía consigo 2000 años de conocimiento. Y lo que no sabía o descubría Hipatia se encontraba en la fabulosa biblioteca de Alejandría. No fue casual que la destruyeran poco después.
Y así comenzó la Edad Negra.
Si Hipatia hubiese sobrevivido, si su decir hubiese generado su hacer podríamos haber tenido a Google hace 12 siglos. También hace 12 siglos hubiésemos llegado a la luna. Hace 12 siglos que tendríamos medicinas como las conocemos hoy. Y hoy, claro, ya estaríamos en otro lado. Al menos si, como se vislumbra, la tecnología y el conocimiento científico, por la contradicción con la que enfrentan al hombre mismo, es capaz de producir como consecuencia también un impacto en el hombre como ser social.
Durante la edad negra sabemos que eso no ocurrió. Además de producir un retraso en el conocimiento científico la edad negra no produjo ninguna mejora en el hombre. Las tragedias griegas llevadas al teatro por Sófocles fueron vigentes antes y después de los siglos malditos.
La cuestión es que el tránsito del decir al hacer se quebró. El que dice es el jefe y el que hace es el esclavo: así se estableció en la Edad Negra. Y, por lo tanto, se estudiaba lógica sólo hasta llegar al punto de comprender y obedecer lo que dice el Rey. Es el Monarca entonces quien tiene el Anáx, aquél que posee palabra en tanto palabra realizativa.
Hubo un hombre que fue el último poseedor del Anáx. Lo descubrí hace poco cuando recordé cómo tocaba sus manos octogenarias. El no había estado con ese hombre pero había estado con sus escritos poco antes que ya no se permitiera acariciarlos más. Fue en Italia en la década del 30 probablemente. Me contó cómo utilizaba un espejo para descifrar lo que decía porque ese hombre escribía al revés. Se llamaba Leonardo Da Vinci y fue el último hombre capaz de hacerlo todo sin necesitar de nadie.
Su Decir era un Hacer independientemente de todo lo que lo rodeara. Ese era el secreto que me reveló mi maestro José de España en 1984 y que, sin embargo, tardé casi 25 años en comprender. Como las frases de un Tango, la comprensión requiere rayos en la piel. Y entonces, las sagradas escrituras estaban equivocadas. ¿Leonardo fue Jesús? Pensémoslo por un momento. ¿Qué consecuencias trajo Jesús? La construcción de una religión y sus catedrales y el obedecer reglas: Poder centralizado. ¿Qué consecuencias trajo Leonardo? Una revolución permanente en Arte y Ciencia: Poder Descentralizado. Pero sobre todo la posibilidad de enfrentarnos a nosotros mismos como se ve en el Poder Nuclear y la Genética: y es ahí donde se posibilita la instancia superadora del hombre. Leonardo nos enfrenta con nosotros mismos y todas nuestras miserias de una forma que no lo logró, ni siquiera por aproximación, Jesús.
¿Y si el mesías era una mujer? Podría haber sido también Hipatia que fue descuartizada en el altar. ¿Y porqué una sola persona? ¿No sería que el Mesías era un poquito de Jesús y otro de Hipatia o de Leonardo? ¿Y por qué no de vos y de mi? ¿No sería mas sensato pensar que el Mesías es un Hacer y que cada uno de nosotros va formando y conformando ese Hacer? ¿Qué ese debiera ser nuestro Norte y no sólo repetirlo, obedecerlo y orarlo?. Porque el Mesías viene a salvarnos. Y de la única cosa que se me ocurre sensatamente que alguien puede venir a salvarnos es de nuestra ignorancia: desde qué pasa luego de la muerte a poder contener esos ojos vidriosos. El Mesías, tal vez, siempre fuimos nosotros.
En el principio era el verbo y el verbo era con Dios y el verbo era Dios. El verbo, por supuesto, marca la acción, el Hacer. Y el último hacedor fue Leonardo: ya no es posible, por otro lado, que aparezca ningún hacedor universal más. La complejidad no lo permite. Y si aparece un hacedor universal este no será un hombre, será una máquina, probablemente construida a partir de otras máquinas, donde en algún punto de esa cadena de descubrimientos estaremos nos. Ellas vendran a subsanar nuestra ignorancia.
En el principio era el verbo y nosotros cuando hablamos somos Dios. O sea creemos ser Dios. Hablamos y es nuestro momento de gloria: los demás nos escuchan somos los protagonistas del concierto universal. La diferencia es que nuestro decir, al contrario del de los dioses o del de Leonardo, no se transforma en un Hacer. Para el Hacer necesitamos al Otro.
Por eso, teniendo en cuenta al otro, decía Austin que todo decir es un hacer. Cuando hablamos, nuestras frases comunican más de lo que las palabras significan, es lo que él llama el acto perlocucionario, el efecto que produce lo que decimos en quien nos escucha. Por ejemplo: -"Estuvieron buenas las pastas, me tomaría un café”. (Ella se levanta y prepara el café). Al rato, ella le dice a él: -“Parece que se vino el frío” (Él se levanta y cierra la ventana). Eso es bien distinto a un ordenar: -Hazme un café o –cierra la venta.
El decir tiene, entonces, modalidad. Y el tono de la comprensibilidad de esas modalidades lo marca la empatía. Es por eso que no es fácil Decir, ya que no somos Zeus, y la mayoría de las veces fracasamos. Y más que un Hacer provocamos Ira. En las organizaciones este es un tema clave. En el mundo 2.0 la dialéctica del amo y el esclavo no corre más. Se trata de tener colaboradores no trabajadores, y se trata de tener una misión común que sea una especie de aventura la cual todos desean vivir: ahí está la capacidad de liderazgo. Todo esto requiere un gran sentido humano. Porque el rey ha muerto y no se viva más al rey. Y entonces, como Octavio Paz, nos enfrentamos a la Terceridad donde reinan los colores que no son Si ni son No.
Ahí llegamos a otras tierras, como las de la Poesía y la Música, que nos presentan el iceberg de la comprensibilidad y la intencionalidad. Pero eso, querido saltamontes, será el tema de otro post.
Decir, hacer A Roman Jakobson - Por Octavio Paz
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.
(Post dedicado a Andrea Paula Goldfarb, quien, desde Italia, me recordó a Hipatia o Ipazia como le dicen en la península)
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