Mientras lo virtual se apodera del siglo XXI viajamos a comienzos del Siglo XX hacia un país minúsculo de Europa. Un país casi ignoto que había logrado la expansión más colosal de la historia. Fue ahí donde un hombre reveló la multiplicidad del Yo. De la metavirtualidad al principio que impulsa el más allá de lo esfímero.
No hubo un Julio Verne que predijera Internet, algunos hablaron de redes de computadoras pero notablemente nadie anticipó el fenómeno de empresas como ebay, o facebook, o incluso un smartphone que sirve para twittear o hasta tener la biblioteca de Alejandria en la palma de la mano. El siglo XXI nació en 1995 cuando la web se hizo universal.
La realidad se anticipó a la imaginación y tampoco nadie predijo que iba a existir una compañía como VMware, cuya razón de ser era multiplicar las máquinas sin necesitar para ello de nada material. VMware es una compañía pura de conocimiento y logró multiplicar las máquinas al establecer ambientes virtuales de forma tal que una máquina tuvieras varios yo, cada uno de ellos con su propio sistema operativo. No conformes con esto luego se dedicaron a virtualizar aplicaciones como el mail del Exchange. Y como si esto fuera poco crearon Vmotion para que una máquina virtual se pueda trasladar transparentemente por el ciberespacio, de la cloud privada a la pública, en un viaje de ida y vuelta cuyas consecuencias aún no se terminan de comprender del todo.
A principios del siglo XIX hubo un poeta que no era un poeta. Habia, de hecho, diversos poetas cada uno con su estilo y la gente naturalmente se identificaba con uno u otro. La sorpresa fue descubrir que estos poetas provenían de un mismo hardware, o sea, de una misma persona. Persona en portugués se escribe Pessoa. Y Fernando Pessoa fue un poeta portugués que aprovechó el haber vivido en Sudáfrica, parte de los territorios que la pequeña nación conquistara al protagonizar la aventura de descubrir un nuevo mundo. No se sabe si el haber vivido en esas naciones, el conocer otras lenguas o simplemente su sentido crítico le hizo conjeturar su teoría de la Multiplicidad del Yo.
Fernando Pessoa no creía en un único Yo. Para él mas bien el Yo se disgregaba en sus múltiples personalidades de acuerdo al estado emocional que lo generara. Así un Fernando Pessoa mas contemplativo se transformaba en Alberto Caeiro, uno de sus heterónomos. O uno más alegre como Álvaro de Campos, y así también podemos mencionar a Ricardo Reis o Bernardo Soares entre los alrededor de 70 que se le conocen algunos incluso de sexo femenino. “El libro del desasiego” escrito por uno de sus heterónomos no puede faltar en una biblioteca.
Y el Siglo XXI nos encuentra llenos de avatares, alias o usernames. Ingresamos no a una máquina sino en algunas de sus virtualizaciones. Ingresamos en algunos de nuestros yoes, cada uno con su password. No es facil administrar tantos yoes como no lo es para los gerentes de IT administrar tantos servidores reales sumados a los virtuales. Esta cadena de yoes nos pone además nuevas preguntas ante la inmortalidad. Tal vez algunos de nuestros yoes vayan al infierno y otros al cielo. Quizá ni el cielo ni el infierno existan sino que sean pintados por otros de nuestros yoes mas propensos a creer en estas cosas. Quizá alguno de los yoes puede sobrevivir mas allá de nosotros aunque ese yo sea una parcialidad de nuestra multitud.
Buceando entre el yo del yo Kurt Gödel encontró los límites de la lógica y la matemática al dar con verdades que no pueden ser demostrables. Tal situación hizo que uno de sus yoes ganara la partida y acorralara su rey hacia la paranoia: solo hablaria con su amigo Albert Einstein porque desconfiaba de todos los demás. Había, de hecho, demasiados yoes dando vueltas por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y era mejor ser precavido.
Los fantasmas también se visten de Yo. Y así es posible que algunos yoes no sean nuestros sino que hayan encontrado la forma de trasmutarse -nadie sabe bien cómo- de generación en generación, como si el ADN trasportara algo más que información biológica. Tal vez Domingo Renzo -mi bisabuelo que no conocí- esté en mi ya que me alejé de la perfección sin conocer su célebre frase: "Mejor no sirve". Quizá mi tatarabuelo Samuel Israel me infundió la pasión del pensar. Quizá fue Fortunato Wahnon quien desde Marruecos me pasó la idea de seguir el linaje de utilizar los nombres de la familia. Quizá repito sus éxitos. Quízá repito sus fracasos. Tal vez repetimos sin reencontrar la misma cosa y esa diferencia es de la que se nutre el yo.
Si Freud nos pegó los yoes de nuestros padres, si además convivimos con los yoes de nuestros antepasados, si a ellos hay que agregar los yoes de quienes admiramos, de quienes amamos y de quienes sufrimos vemos que entre tantos yoes no es tan fácil encontrarnos. Como ya lo dijera otro poeta, el argentino, Oliverio Girondo: “Desde el yo mero mínimo al verme yo, harto en todo junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando y yoyollando siempre. Por qué. Si sos, por qué dí. eh vos, no me oyes: Tatatodo”.
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3 comentarios:
UAAUUUUU PABLO
ES PARA RERELEER, MUY MUY HERMOSO!!
avatares, passwords, yoes, papelitos de colores, muy lindo y muy cierto!!!
gracias
Pablo, hace ya muchos años, cuando Grupo Botix era solo una creación de mi mente y tenía 2 empleados y un vendedor a comisión me di cuenta que una sola persona no podía hacer todas la tareas que yo hacía.
Fue entonces que decidí desdoblar mi persona en 3. Santiago era el gerente de la empresa, Homero (en honor a Simpson) era el encargado de atención al cliente y Enrique un técnico instalador.
Cuando tenía que salir de la oficina para suplir la falta de un técnico instalador o para hacer algún tipo de trámite transfería el teléfono al celular.
Se dieron situaciones muy locas como la de un cliente que luego de que Enrique finalizara una instalación a domicilio, al no estar de acuerdo con el precio que debía pagar (porque no recordaba los precios que Homero le había pasado telefónicamente) llamó a Homero y lo tuve que atender en su propio departamento susurrando para que no descubriera el juego de roles.
O situaciones en que clientes que llamaban por teléfono pedían hablar con el encargado para pedir un cambio en las condiciones de contratación (precios, fechas, características, etc.) y Homero tenía que transferir la llamada a Santiago.
Te mando un abrazo Pablo.
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